S.O.S.

Necesitamos urgentemente cuidarnos, a nosotros mismos y unos a otros. Sólo así, volveremos a vivir y dejaremos de sobrevivir.

Voy a hablaros en este artículo de mi visión personal (no basada en datos empíricos) sobre las personas clasificadas dentro de una etiqueta social negativa.

Las etiquetas

Desde hace un tiempo a ahora ha aumentado la necesidad social (o nos la han creado) de seguir clasificando a las personas. Hasta ahora, los grandes manuales psiquiátricos eran los que reflejaban los desórdenes y las peculiaridades individuales, que ya era bastante. Poco a poco, esta necesidad se ha instalado a nivel social y, ya como parte del vocabulario diario, utilizamos un sinfín de etiquetas para seguir clasificándonos unos a otros.

Las etiquetas sirven para describir una realidad concreta. De este modo, ordenamos nuestro mundo. Los casos que voy a nombrar aquí hacen referencia a comportamientos de personas con ciertas peculiaridades que se salen de la norma y que, en algunos casos, generan perjuicio a terceros. Todos ellos son clasificados con etiquetas con una gran connotación negativa. Entre todas estas etiquetas podemos hablar de nerds, antisociales, personas tóxicas, introvertidos, etc.

En este mundo tan repleto de estímulos y conocimientos varios, las etiquetas nos sirven para ordenarlo todo y reducir la incertidumbre y el caos. El problema con las clasificaciones surge cuando nos quedamos ahí, ante las etiquetas, sin ir más allá. Sin tener en cuenta que toda conducta tiene una razón de ser.

¿Qué hay realmente detrás de una etiqueta social negativa?

Las personas que son tildadas con determinada etiqueta negativa son personas que, de un modo u otro, en un tiempo pasado cerraron su corazón.

Es así como, fuera de las definiciones oficiales:

  • una persona negativa descarga su malestar interno destacando los aspectos negativos de sus vivencias y las de los demás
  • un nerd se refugia en una pequeña área de la vida en la que se siente seguro y (casi) únicamente ahí se permite expresarse
  • un introvertido se autobloquea ante la gente para protegerse de posibles daños imposibilitándose, de este modo, cualquier interacción social espontánea y placentera
  • una persona violenta, impulsiva y/o tóxica expresa, sin ningún tipo de autocontrol, toda su ira y malestar emocional interno sobre los demás (y, también en ocasiones, sobre sí mismo)

Todas estas personas tienen en común experiencias pasadas (normalmente infantiles) desagradables que generaron en ellos un gran miedo y desconfianza ante este mundo que les llevó a cerrar su corazón para protegerlo. Son personas muy sensibles a las experiencias negativas de este mundo) a las que responden según el mecanismo de defensa que hayan adoptado: re-creando lo malo y negativo de este mundo; refugiándose en una pequeña parcela de su vida; evitando la interacción social; atacando ante la mínima percepción de amenaza; etc.

¿Cómo respondemos ante esto en nuestra sociedad y a qué se debe?

La respuesta habitual que generamos todos ante estas personas es el RECHAZO. Quedamos paralizados ante su conducta «diferente» y enumeramos y juzgamos todos y cada uno de los detalles de sus conductas. Con ello, justificamos una y otra vez su etiqueta afianzando nuestra actitud de rechazo hacia ella. Es así como nuestra conducta de no-aceptación y de confirmación de su diferencia, refuerza en estas personas su sentimiento de inseguridad y de desconfianza.

Esto ocurre porque todos nos encontramos ante una lucha vital continua contra nuestros propios miedos. Acercarnos a estas personas nos recuerda lo desagradable de los fantasmas que habitan en nuestro interior. Y ya tenemos que emplear grandes hazañas para combatir nuestros propios demonios como para debilitarnos contagiándonos de los de los demás.

¿Qué necesitamos en realidad?

Lo que necesitan las personas etiquetadas, lo que necesitamos cada uno de nosotros, lo que necesita esta sociedad es más contención, cuidado y protección.

Son precisamente estas personas las que más cuidado y amor necesitan para combatir esa desconfianza vital que tan arraigada está en su interior. Y son precisamente este tipo de personas las que más dificultades tienen para obtener este amparo y protección, precisamente por sus peculiares características que les hacen esconderse o atacar, incapaces de pedir ayuda.

Si, por supuesto, el trabajo de liberación personal se halla precisamente en manos de cada una de estas personas, no es menos cierto que necesitan una contención externa que les confirme cada paso correcto, en vez de hacerles retroceder a su respuesta habitual y automática ante cada nuevo y reiterado rechazo externo.

Necesitamos una sociedad en la que las personas con el corazón un poco más abierto sean valientes para contener a aquellas cuyo sufrimiento vital las ha acorazado tanto. Y que la apertura interior que genera dicho acompañamiento, sea aprovechada heroicamente por estas personas heridas para dar un paso adelante hacia la sanación de sus almas.

Es un trabajo difícil pero resulta necesario. Nada o poco avanzaremos si los más desprotegidos luchan por romper sus cadenas en un mundo donde se perpetúan las etiquetas y diferencias sociales.

En realidad, todos somos cuidadores y todos somos dependientes. Dependerá del momento y circunstancia vivida que nos encontraremos en uno u otro lugar. Pero se trata de una acción conjunta. Será cuando todos nos unamos con un objetivo común basado en el respeto y cuidado de todos y cada uno de nosotros, que las etiquetas, por fin, perderán su razón de ser.

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