Hemos olvidado que nuestro cuerpo es como una máquina que necesita ciertos nutrientes para funcionar (no necesita en realidad alimentos adornados y edulcorados). Si no, empieza a fallar.
Hemos olvidado que nuestra naturaleza es activa. Que nuestro cuerpo es originalmente la herramienta que nos fue dada para desenvolvernos en este mundo. Hemos perdido la conciencia del potencial de trabajo de cada parte de nuestro cuerpo (nuestras fuertes manos para coger, arrastrar, crear, etc; nuestras piernas para trasladarnos, subir saltar, etc; nuestros pies para mantenernos ergidos, pisar la tierra, dirigirnos, etc; nuestros ojos para observar, comunicarnos, localizar, etc…). Hemos dejado de realizar muchas de estas funciones y lo hemos sustituido por máquinas. Nuestro cuerpo se ha adormilado, envejecido y enfermado con ello.
Hemos olvidado que la naturaleza es nuestro hábitat natural. Que solo allí podemos recuperar nuestro ritmo de vida real. Un ritmo lento y pausado que nos permite conectarnos con nuestro interior y con nuestro exterior en el mismo momento. Nos hemos resignado a vivir en paraísos artificiales, sin aire limpio, sin contacto con la tierra, sin relación alguna con otros seres vivos y muy precaria con nuestros iguales. Corriendo, sin pararnos a respirar,… Nuestra alma clama entristecida salir de esta cárcel.

No recordamos cómo son las verdaderas relaciones humanas. Las anhelamos pero nos hemos convertido en torpes aprendices de «seres sociales». Y nuestro corazón llora, deseoso del verdadero re-encuentro.
He comprobado este último mes la importancia vital que para nuestra existencia física real tienen estos aspectos. Tras un largo tiempo de vivir contraída, comiendo sin apenas respirar, corriendo hasta para ir a dormir y matando mis penas con dulces y chocolate, mi cuerpo (mi gran aliado aunque yo misma lo haya olvidado) ha utilizado la única estrategia que tendría efecto en mí: ha enfermado.

El miedo que me ha producido que dicha alteración corporal me hiciese desaparecer y dejar de ver a mi hijo crecer ha sido mi motor de arranque en un intento de volver a mis ritmos originales. En tan solo tres semanas he dejado de comer dulces, chocolates, lácteos y embutidos; he modificado mi dieta por alimentos ricos en nutrientes con caldos de verduras, más verdura, legumbres, frutos secos y harinas integrales; me estoy trabajando el hábito de andar mínimo media hora al día y estoy moviéndome, comiendo y respirando a un ritmo mucho más pausado y más acorde con mi necesidad vital real.
En tan solo tres semanas mi cuerpo se está recuperando.
Mucha de la realidad que hemos creado (médicos, medicinas, facilidades tecnológicas, gimnasios, running, dietas, etc) son parches que intentan sanar y compensar una alteración esencial de nuestra naturaleza. Por eso, muchas de estas cosas no funcionan. Son solo tiritas que curan superficialmente las heridas.
Recordar nuestro origen, nuestra verdadera esencia es la única fuente de sanación personal y universal. Despertar a esta verdad nos devolverá nuestra libertad perdida.